La angustia y la precariedad por la crisis económica desencadenan y agudizan dolencias que afectan a la boca, la piel, el oído o el corazón
Anna Alcaraz estaba en la cocina del bar haciendo una tortilla de patatas cuando se cayó redonda al suelo. «Fue como si apagasen un interruptor», explica esta secretaria de dirección que se reinventó como hostelera cuando su empresa dejó de pagar las nóminas.»Pasé de trabajar en una oficina a meterme 14 horas en una cocina, con la angustia de ser autónoma y la incertidumbre de empezar de nuevo a los 56 años… Yo creo que fue la tensión», dice. Su otorrino coincide.