En medicina las prisas pueden ser nefastas. Sin embargo, en contadas ocasiones son imprescindibles. Veamos algunos ejemplos.
3 de diciembre de 1967. El doctor Christian Barnard se convierte en el cirujano más famoso de la historia al realizar el primer trasplante de corazón en Ciudad del Cabo. Se anticipa a todos, con la inestimable ayuda de Hamilton Naki, un habilísimo cirujano de color que, en pleno apartheid, es ninguneado por su propio hospital y los medios de comunicación. Aun siendo técnicamente mejor que Barnard, como éste reconoció posteriormente.
En medicina, las prisas pueden ser nefastas, a veces, o imprescindibles, en otras. La solución es el término medio
Barnard dejó boquiabiertos a sus colegas norteamericanos, incluyendo a su mentor de Minnesota, Norman Shumway, desesperado por no recibir la autorización de la FDA para realizar el trasplante en humanos, pese a haberlo ensayado y perfeccionado en cientos de perros durante más de 15 años.
Las mismas prisas que proyectaron a Barnard hacia el estrellato, también pueden desencadenar errores catastróficos. Así ocurrió 20 años más tar-
de, cuando un ilusionado joven cirujano volvió a Barcelona
tras una fructífera estancia de varios meses con el mejor especialista del mundo en oído, Mario Sanna.
Con un brío inusual, decidió imitarle, modificando su segura técnica habitual, mientras operaba un complejo tumor. Grave error. A media intervención tuvo que rectificar, reconstruir todo lo realizado y volver a empezar. Ese cirujano era yo… Desde entonces cuelga una nota adhesiva en mi escritorio con un rotundo consejo: “Que el miedo a cometer un error te sirva para mitigar tu atrevimiento”.
Febrero del 2020. Shi Zhengli, la brillante directora del Instituto de Virología de Wuhan, mundialmente conocida como la doctora Batwoman (la doctora murciélago), publica el código descifrado del maldito Covid-19.Y en solo 48 horas, a la velocidad de la luz, los laboratorios Moderna y Pfizer deciden, tras acceder a esa impagable información, liderar la apasionante carrera para la obtención de la primera vacuna. Aplicando una inverosímil y genial idea (el uso de material genético ARN), consiguen en escasos nueve meses, unos increíbles resultados.
Diferente táctica, la de esperar, siguieron los responsables de la Agencia Europea de Medicamento (EMA). Mientras miles de europeos eran atacados salvajemente por el coronavirus, y morían diariamente, ellos decidieron que la Navidad pasara plácidamente. Simultáneamente, el Reino Unido y Estados Unidos iniciaron, sin más dilación, las campañas de vacunación masiva. Y solo un oportuno “coscorrón” de la implacable Angela Merckel despertó de su letargia a los expertos de la EMA, que habían considerado insuficiente la aprobación de las vacunas de Pfizer y Moderna por la prestigiosa FDA (Food and Drug Administration).
Unos quisieron ir demasiado rápido. En cambio, otros se durmieron en los laureles. La solución siempre es la misma: la búsqueda y aplicación del término medio.
Fuente: La Vanguardia